Cuatro poemas de Jaime Sabines para sentirnos vivos


El legado del poeta y político mexicano es prodigioso. Así lo han catalogado los conocedores de la materia. Tanto es así que es considerado como uno de los grandes poetas del siglo XX. A través de su creatividad, expuso grandes pensamientos que quedaron en la historia por siempre. Entre sus primeros relatos se encontraron: «Introspección», «A mi madre», «Siento que te pierdo» y «Primaveral». Pero para que entiendas un poco más su visión, te dejamos los cuatro poemas de Jaime Sabines para sentirnos vivos.
1.- A la casa del día
Entran gentes y cosas,
yerbas de mal olor, caballos desvelados,
aires con música, maniquíes iguales a muchachas;
entramos tú, Tarumba, y yo,
Entra la danza. Entra el sol. Un agente de seguros de vida
y un Poeta.
Un policía.
Todos vamos a vendernos, Tarumba.
2.- Adán y Eva I
– Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate.
– Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
– Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.
– Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.
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3.- Dice Rubén
Dice Rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestra existencia.
Hay que estar frente a un muro. Y hay que saber que entre nuestros puños que golpean y el lugar del golpe, allí está la eternidad.
Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres, es lo mismo que creer en Dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antes del naufragio.
4.- Te desnudas igual
Que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!
Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.
¡Y cómo nos queremos entonces en la risa
de hallarnos solos en el amor prohibido!
(Después, cuando pasó, te tengo miedo
y siento escalofrío.)